miércoles, 19 de noviembre de 2008

Seguridad y delincuencia

Está muy difundida la errónea idea de que la inseguridad se debe única y exclusivamente a que los índices delictivos están muy altos. Pregúntesele a cualquiera que demande más seguridad qué quiere en verdad y, casi sin excepción, dirá que quiere menos asaltos, menos homicidios, menos secuestros, menos violaciones.

La creencia se traduce en una ecuación -"a menos crímenes, más seguridad"- que tiene casi cualidad de dogma y que, por desgracia, en lugar de ayudar a resolver el problema, hasta ahora sólo ha servido para agravarlo. Un motivo es que las autoridades creen, siguiendo el dogma, que basta que digan en sus informes que la criminalidad está disminuyendo o muestren estadísticas en ese sentido para que la población se tranquilice. Como no ocurre nada de eso, sienten que la gente es incapaz de ver la realidad o, lo que es más frecuente, que la mueven quienes tienen otros intereses políticos y la delincuencia es apenas un pretexto. En un caso u otro concluyen que sólo abatiendo la criminalidad llegará a conquistarse la seguridad y deben seguir en lo mismo.

La población, por su parte, exige seguridad por cuantos medios tiene a su alcance. La gigantesca marcha de protesta de hace un año prueba la hondura de su desesperación. Sólo que, desafortunadamente, la ciudadanía está presa en la misma convicción y cuando se invita a las asociaciones civiles que la representan a detallar sus demandas, piden más vigilancia, penas más severas o que se aumente el presupuesto en la materia. Lo hacen porque creen, también sin reservas, que disminuir el crimen es el único camino para alcanzar la seguridad, y las sulfura que el gobierno, teniendo la responsabilidad y los elementos para hacerlo, no consiga resolver el problema. La noción, claro, descansa en otro error: creer que las autoridades saben cómo.


Otra noción

Superar la dificultad obliga, antes que nada, a admitir que la expresión 'seguridad pública', más que un estado de cosas, alude a la actitud emocional con la que una población enfrenta su vida en común. Si lo hace sin temor, sin el recelo de que pueda pasarle algo malo o doloroso; si no siente que alguien la persigue o acecha y se cree libre de peligro o exenta de daño, puede afirmarse que esa población está o vive "segura".

La situación contraria, la de "inseguridad", suele deberse a factores de muy diversa índole. Algunos son externos a la población. Entre los más decisivos se encuentra, sin duda, el volumen de la criminalidad, pero también tienen gran importancia la imagen de la vida colectiva que difundan los medios de comunicación social, y el grado en que una persona siente que cuenta con la protección y el apoyo de vecinos y autoridades. Entre los factores internos, propios de la población, cuentan la experiencia del crimen -particularmente el grado de victimización que haya sufrido-, y toda la gama de emociones y actitudes que encuentran sustento en la comunicación horizontal, incluyendo el rumor, la confesión y el chisme. Confirma que la sensación de seguridad no depende meramente de que baje la delincuencia, el hecho de que sin duda ha venido bajando, mas lo airado de las protestas no ha disminuido. Al afirmar que hay menos crímenes no me baso en estadísticas oficiales -ya que a fuerza de manipularlas las propias autoridades las han hecho inútiles-, sino en los resultados de las encuestas que realiza cada tres meses nuestro diario. Su análisis revela que en el 2001, fueran denunciados o no, se cometieron en la capital 15 mil 678 delitos por cada cien mil personas, mientras que en los primeros cuatro meses de este año la tasa por cien mil personas llega a sólo 11 mil 084, lo que representa un descenso del 29.3 por ciento. Adviértase que las cifras nacen de lo que declara la propia población y aun así no bastan para tranquilizarla.


La elusiva seguridad

Entre los factores que influyen tanto o más que el crimen en la actitud que tenga una población hacia su vida en común, hay dos que deben destacarse. Uno de ellos es la atención y el servicio que reciba de las autoridades. El otro es el grado de histeria con que los medios difundan la llamada "nota roja".

La delincuencia podrá bajar lo que se quiera y la población capitalina seguirá sintiéndose insegura mientras presentar una denuncia le exija de cuatro horas a todo el día y después no pase nada: jamás le hablen para pedirle un nuevo dato, nunca se presenten a examinar cómo se metieron los ladrones a su casa, jamás la inviten a examinar a un grupo para ver si reconoce a alguno de sus asaltantes. ¿De qué le sirve a los ciudadanos presentar más de 187 mil denuncias, como hicieron el año pasado, si 170 mil no fueron atendidas y no llegaron a 18 mil los delincuentes aprehendidos? ¿Se quiere más indefensión?

Es muy importante aprehender y castigar a quien delinca, mas también lo es que las policías y la Procuraduría entiendan que son instituciones de servicio y existen para atender a quienes demandan su ayuda.

La población no llegará a sentirse segura mientras no se sienta protegida En relación a los medios no hay que olvidar que el morbo sangriento siempre ha sido buen negocio. Ya lo era en la época de Posada, que vivía de ilustrar los crímenes "horrorosísimos" de su tiempo y lo sigue siendo ahora. Es necesario insistir que al prestarle atención a los delitos más graves y terribles, los medios no están ofreciendo una imagen equilibrada o veraz de la situación delictiva: no están educando, sino haciendo negocio.

Mucho ganaría la seguridad pública si en lugar de alentar la histeria, pudiera alertarse a la gente a que no se deje llevar por los informes de los medios. Y se ganaría más todavía si en vez de aprovechar el morbo, la televisión, el radio y la prensa, presentaran a los crímenes en el contexto del universo delictivo y no como atrocidades aisladas.

Sea como fuere, conviene siempre tener presente que alcanzar la seguridad implica mucho más que combatir al crimen.

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